Ahora me parece que Fanshawe siempre estuvo allí. Él es el lugar donde todo empieza para mi, y sin él apenas sabría quién soy. Nos conocimos antes de que supiéramos hablar, bebés con pañales gateando por la hierba, y antes de cumplir los siete años ya nos habíamos pinchado los dedos con un alfiler y nos habíamos hecho hermanos de sangre para toda la vida. Siempre que pienso en mi infancia ahora, pienso en Fanshawe. Él era quien estaba conmigo, quien compartía mis pensamientos, a quien veía cada vez que apartaba la vista de mi mismo.
Pero eso fue hace mucho tiempo. Crecimos, nos fuimos a distintos sitios, nos distanciamos. Nada de eso es muy extraño, creo yo. La vida nos arrastra de muchas maneras que no podemos controlar y casi nada permanece con nosotros. Muere cuando nosotros morimos, y la muerte es algo que nos sucede todos los días.
La habitación cerrada de Paul Auster (Trilogía de Nueva York)
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